jueves, 9 de octubre de 2014

A veces...

A veces…..
En muchas ocasiones me asalta la necesidad de escribir sobre algo, el único inconveniente es que, en la mayoría de ellas, no tengo un tema predefinido. Hoy es uno de esos días, en que te sientas delante del teclado y sin mirarlo, comienzan a amontonarse las ideas como por arte de magia.
¿A que se debe eso?, pues no sabría contestarlo, pero lo que si es cierto es que me asaltan recuerdos de hace muchos, muchos años, de esos paseos kilométricos que hacían que el día comenzara temprano y terminara más bien tarde.
Siempre quedábamos los Sábados bien temprano, antes del alba, bien pertrechados con las botas de montaña, nuestros prismáticos, una botella de agua y algo de comida para media mañana. En mi caso, solía acompañarme de mi mochila de foto, con la cámara, objetivos, trípode y tres o cuatro carretes de diapositivas.
Llegábamos a la Cafetería Colombia, donde nos reuníamos, tomábamos un café y nos distribuíamos en los coches, para llevar los menos posibles. Nos atestábamos en dos o tres, dependiendo del número, cargábamos las mochilas y nos dirigíamos a la ruta del día, que previamente habíamos seleccionado mientras disfrutábamos del café. Normalmente, empezábamos por dónde lo habíamos dejado el Sábado anterior.
Recorríamos un trecho por lo general corto, no más de media hora o tres cuartos, hasta llegar al punto de partida, donde dejábamos los vehículos y comenzábamos a caminar. La verdad es que no sé cómo lo hacíamos, pero siempre era cuesta arriba, mientras despuntaban las primeras luces del día.
Mientras caminábamos, me preparaba mi cámara al cuello e iba recorriendo luces, perfiles, sombras, horizonte y cielo, en busca de un buen encuadre o algún detalle que me llamara la atención, que siempre, de forma insospechada, se presentaba ante mí, y de manera rápida me levantaba la cámara a la altura de los ojos, giraba sobre mí mismo, elegía el ángulo, enfoque, objetivo y !zás¡, foto al canto. Ese era uno de sus encantos, no cabía la posibilidad de hacer tres o cuatro, pues la cámara no era digital, y había que sopesar muy mucho, la calidad de la fotografía, esperando los resultados una vez reveladas, que era otro momento mágico que por lo general se demoraba días. Pero era otro momento esperado, anhelado, viendo y recordando todos y cada uno de los sitios que habías recorrido semanas antes, volviéndote  a sobrecoger de lo que tus retinas habían disfrutado en estado puro.
Tenías que ser certero, estar en el sitio adecuado, valorar el porcentaje de cielo y tierra, los contraluces, el ángulo perfecto de lo que querías plasmar en un milisegundo. Todo ello era mágico, y sus resultados, en un gran porcentaje, también.
Te llenabas de alegría, las mirabas, escudriñabas, analizabas, valorabas, sopesabas y hacías balance de todos y cada uno de los elementos que allí aparecían.
Mientras tanto, de vez en cuando, te decían, oye, haz una foto de eso, o de aquello, o aquello otro de mas allá, y te las ingeniabas, te subías al último risco, te agachabas, te tumbabas incluso, si era necesario, para que saliera perfecta a la primera.
Las caminatas se hacían cortas, por muchos kilómetros que las constituyeran y te hacían feliz, con los pies reventados después de quince o veinte kilómetros, cerro arriba, cerro abajo, caminado por las veredas, las trochas, buscando el mas mínimo atisbo de camino que te hiciera descansar la vista, fija en el suelo y a la vez en lo que te rodeaba.
Discurría el año ochenta y tantos, normalmente éramos siete u ocho. En algunas ocasiones nos juntábamos hasta quince personas, pero no había tantos locos y locas que quisieran caminar por el placer de caminar y por el placer de estar en contacto con un medio hostil, que sabias que nadie antes había disfrutado, o que simplemente, había sido observado con otros ojos.
Verdaderos discípulos de nuestro propio caminar, de nuestras sensaciones, del aire en el cuerpo, algunas veces gélido, del calor tórrido del mediodía, acompañados en las primeras horas de la mañana de mi petaca de Torres cinco, que aún conservo, con tantos y tantos recuerdos, todos buenos y algunos excepcionales, reflejo de esa amistad que todavía perdura y hace que las personas se encuentren agusto en compañía de sus amigos, con mayúsculas, que te deleitan con su sabiduría, su buen hacer, su conocimiento del medio en que se desenvuelven y de esos lazos que día a día se refuerzan, hasta dar un abrazo después de más de treinta años, cuando los encuentras por la calle.
Días preciosos, días con lluvia, con sol, con viento, con nubes, barro hasta las rodillas, sudor hasta las entrañas, cansancio hasta la extenuación, pero mágicos.
Nunca se me olvidarán y os añoro, a todos, amigos, lugares, fauna, flora, entornos, paisajes, fotos, momentos, risas, chistes, largas conversaciones de sobremesa en un lugar apartado de la mano de Dios, hace tantos y tantos años, sin un atisbo de prejuicio ni de vanidades personales, donde la conversación surgía de forma real y espontánea.
Gracias por vuestra compañía, que siempre permanecerá en el recuerdo, como permanecen muchas y muchas de esas instantáneas que todavía atesoro.
Un recuerdo a algunos que ya no están, un abrazo a todos los que quedan y un beso al tiempo que me lo permitió.












1 comentario:

  1. Vaya pedazo de fotos....! Que bueno capturar muestras de lugares, momentos, situaciones..., para luego deleitarse con ellas.
    Es hermoso el recuerdo y más aún tener la capacidad de recordar con gratitud.
    Gracias por compartir con nosotros tus vivencias, al fin y al cabo han contribuido a forjarte en el ser humano que eres. Un abrazo.

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